La última vez que escribí en mi diario estaba pensando en la relación que hay entre vampiros y hombres lobo. No me referí a las apariciones conjuntas de estos seres, sino a las transformaciones que ambos comparten (sobre todo debido a que Drácula se transforma en perro o lobo). Hoy he estado pensando en las diferencias entre el vampiro y el licántropo, para de ahí empezar a analizar algo que viene sucediendo en la literatura y el cine actual: el fenómeno vampiro vs. hombre lobo.
Una de las características esenciales del vampiro es su alimentación a base de sangre, por lo menos en la mayor parte de la tradición literaria. ¿Por qué sangre? Porque por lo menos desde que se escribió el Levítico (uno de los cinco libros del Antiguo Testamento), la sangre se asocia con la vida. Beber sangre, por lo mismo, implica la absorción de la vida del otro (del donador, por llamarle de alguna manera... o de la víctima, si se quiere). Esto desemboca en una obviedad: el vampiro en realidad está viviendo "de prestado", su vitalidad proviene de la sangre que ingiere, es un muerto reanimado.
El licántropo u hombre lobo no es un muerto en vida, todo lo contraio. El hombre lobo es uno de los seres más vitales del reino sobrenatural, es un hombre que vuelve a su más pura animalidad en condidiones específicas. A diferencia del vampiro, el hombre lobo sufre de una transformación temporal (ya sea durante la luna llena, según algunas tradiciones, o durante periodos más largos como es el caso de la pareja de lobos en el texto de Geraldo de Gales, mencionado en la entrada anterior). En cambio, el vampiro no puede recuperar su humanidad (por lo menos hasta finales del siglo XX, pues a partir de entonces se han visto nuevas versiones literarias del vampiro).
Estas diferencias básicas entre vampiros y licántropos nos llevan a pensar que el vampiro, aunque ha perdido su humanidad (y por ende, su espiritualidad), no pierde el control sobre su ser. El hombre lobo sí pierde el control y, en muchos textos en donde aparece este ser, es incapaz de recordar lo que ha hecho durante su periodo animal. Justamente esta dualidad ser humano vis-à-vis animal es lo que da fuerza al mito licantrópico: normalmente un buen hombre se ve sometido a una vida doble, una existencia velada en el fondo del bosque o en la oscuridad de la noche.
La dualidad que sobreviene en el vampiro es muy otra: es la materia viva vis-à-vis la materia muerta reanimada artificialmente por el líquido que nos da vida. El vampiro es una paradoja, vive pero no vive, habitando el intersticio entre una y otra condición. Quizá por esa condición intersticial se asocia al vampiro y al hombre lobo, pues este último también habita en el intersticio entre lo humano y lo animal.
Sin embargo, nos queda preguntarnos por qué, por lo menos a partir de Underworld (Dir. Len Weisman, 2003), el hombre lobo pareciera ser un sujeto del vampiro. La respuesta, me parece a mí, está en Dracula, cuando Jonathan Harker se acerca al castillo y un grupo de lobos lo rodea. En ese momento aparece un hombre que los controla sin palabra alguna. Estos animales responden obedientemente al misterioso hombre, que imaginamos es Drácula mismo.
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