Hoy discutía yo con mi directora de tesis que me parece muy importante que Nicolás de Piemonte muestre las visicitudes de un recientemente convertido (de moro a cristiano) en relación a su lealtad familiar y feudal. Fierabras siente una ambivalencia muy comprensible para nosotros, pero es un elemento muy poco común en un texto medieval tardío (y en especial una traducción castellana de un roman sobre la materia de Francia). Agregué, en mi conversación, que me parece tan importante como el hecho de que el vampiro sólo empieza a tener voz y el lector tiene una visión "desde dentro" a mediados del siglo XX. Este cambio en la perspectiva del vampiro justamente coincide con los movimientos de derechos civiles y feministas de los años sesenta y setenta.
Claro, mi asesora sabe a qué me refiero en ambos casos, pero me miró con cara de sorpresa (y eso no necesariamente es bueno con ella). Evidentemente no era la mejor manera de explicar por qué me parece esencial este cambio en la representación de los recientemente convertidos al cristianismo que coincide con la expulsión de los judíos de los reinos de Castilla y León y la toma de Granada (que da por concluida la Reconquista).
Pero el asunto de que los vampiros no tienen voz es muy evidente en Dracula y en las historias de vampiros que preceden a la novela. No es sino hasta I Am Legend (1954) de Richard Matheson, “Softly While You’re Sleeping” (1961) de Evelyn E. Smith y Some of Your Blood (1961) de Theodore Sturgeon que el vampiro es representado de manera más empática. Lo mismo sucede con Fierabras en la versión castellana, aunque en lugar de vampiro tenemos un moro o turco, y en lugar de los movimientos de liberación femenina y de derechos civiles hay un recrudecimiento en contra de la diversidad étnico-religiosa en la Península Ibérica.
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