El día de hoy tuve que pasar un rato en el consulado de mi país para sacar nuevamente mi pasaporte. En sí, este evento de manera tan aislada no implica nada. Por ello, déjenme que les cuente por qué me causa tanto conflicto.
Primero que nada, el consulado no queda en la ciudad en donde vivo, sino a dos horas de aquí (sin tráfico, pero cuatro o cinco si hubiera tráfico). Esto implica un mínimo de 4 horas en el auto, sin ninguna alternativa. Dejando de lado el gasto de combustible, estar 4 horas tras el volante no es lo que siento como prioridad en estos días.
Sigamos. Otro problema que se agrega a mi aventura consular es el hecho que las oficinas sólo están abiertas de 9 de la mañana a las 12 del mediodía. Es decir, hay que llegar temprano para hacer los trámites correspondientes para tener el pasaporte.
Tercero. Debido a la distancia/tiempo arriba mencionada y las limitaciones del horario, lo más conveniente es salir a las 6 de la mañana de mi casa para llegar al mentado consulado o, lo que suele implicar un gasto más, quedarse en un hotel la noche anterior.
Finalmente, por si no era suficiente lo anterior (y claro, el hecho de que ODIO hacer trámites) el famoso pasaporte sólo tiene un año de vigencia. Es un pasaporte de EMERGENCIA, que le llaman. No hay manera de sacar un pasaporte de mayor duración en una oficina consular. En otras palabras, tengo que ir una vez al año a hacer dicho trámite o volar cerca de 24 horas (y el equivalente a 1,500 dólares) para sacar el otro documento.
No crean que no me he preguntado por qué diablos no saco la ciudadanía norteamericana, ya que hace casi diez años que vivo en este país. Pero, al igual que me pasó después de muchos años de vivir en México, no logro convencerme de ser ciudadana dual. Y ahí, de repente, me doy cuenta por qué me parecen tan fascinantes Fierabras y su hermana, Floripes (los personajes centrales de Historia del emperador Carlo Magno y los doce pares de Francia... o sea, el texto principal en que se basa mi tesis doctoral).
Al igual que Fierabras y Floripes (y muchos expatriados y migrantes), mi identidad está asociada a una diversidad de elementos más allá del linaje. Mis costumbres alimenticias, mi forma de ataviarme y comportarme en sociedad, mis expresiones verbales y físicas me hacen un híbrido. No soy totalmente mexicana, ni argentina, ni norteamericana... y si pensáramos en linaje (u origen "racial" que le llaman acá), pues tampoco soy ucraniana, bretona o catalana. Cuando me piden que me identifique, es decir que me preguntan si soy "hispana" o "latina" no tengo más alternativa que contestar que sí lo soy... pero que soy blanca (caucásica). O digo que soy una "mujer de color [blanco]," para incluir en esta etiqueta mi intersticialidad y posición ideológica.
De manera similar a Fierabras, siento que mi pertenencia está dividida. Ojalá sólo fuera entre mi padre (musulmán, en el caso de Fierabras) y mi señor (cristiano, en el mismo caso), como le pasa a él. A mí no me queda tan clara la frontera, pues encima de todo soy judía conversa hija de un hombre que se autodenominaba "culturalmente judío" y una mujer que a veces se dice atea, pero que lee en ocasiones la revista Atalaya.
Me pregunto, ¿habrá alguien que no se perciba como un ente dividido entre multiplicidad de etiquetas aparentemente contradictorias? Dime, lector, ¿cómo te identificas tú?
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