Dicen en los Estados Unidos que "cuando la vida te da limones, haz limonada". Y eso funciona bien cuando uno imagina que los limones representan la amargura en la vida. ¿Qué sucede cuando no son limones? ¿Qué tal si la vida te da chayotes con espinas? No puedes hacer limonada, para comenzar. En todo caso, una sopa de verduras. Pero pienso en los chayotes porque en México dicen cuando las cosas son difíciles que es "como parir chayotes". Y sí, la imagen es intensa sobre todo para las madres que saben de las vicisitudes del parir. Pero me pregunto, ¿qué hacer si la vida no te está dando limones ni chayotes? Es más, cuando la vida no está interesada en tus metáforas alimenticias. Cuando la vida pareciera quedarse en suspenso y nada sucede.
Obviamente me estoy refiriendo al mercado laboral académico en los Estados Unidos, sobre todo al relacionado con la literatura. Para quienes no hayan leído alguna otra de mis entradas al diario sobre el tema, haré un rápido recuento. Una vez al año, alrededor de septiembre, todas las instituciones de educación superior que tienen plazas abiertas para profesores (en cualquier nivel del escalafón) anuncian los puestos disponibles en tres o cuatro listas. Quienes buscan empleo (es decir el ejército de candidatos doctorales que están a punto de terminar, quienes hayan recientemente defendido su tesis doctoral, además de los que han sido profesores asistentes visitantes y otros más que quieren cambiar de institución en donde laboran) envían un número variable de solicitudes a todas estas instituciones. En otras palabras, cada puesto ofrecido debe recibir alrededor de 50 solicitudes o más.
Luego, los comités de selección revisan los materiales enviados y deciden cuáles candidatos serán más viables. Esos candidatos reciben en algún momento (entre noviembre y diciembre) peticiones de materiales adicionales para evaluar su trabajo y las posibles conexiones con el puesto ofrecido. Seguirán después las entrevistas de unos cuantos candidatos y, más adelante, quizá la visita al campus de los tres finalistas.
Pero, como es evidente en este proceso, el tiempo que transcurre desde el momento en que uno hace las solicitudes hasta que los comités piden materiales adicionales puede ser de un par de meses. Y es allí cuando la vida no ofrece ni limones ni chayotes. La vida está en vilo.
¿Qué hacer para sobrevivir el impasse sin desfallecer? Supongo que cada quien tiene sus propias recetas. Yo he encontrado que el trabajo mecánico que implica calificar, lavar platos o hacer comida me distrae de la espera. También, el trabajo creativo (y muy necesario en este instante) que requiere la edición y corrección del último capítulo de mi tesis ofrece una excusa para dirigir mi energía.
Queridos lectores y lectoras, ¿qué otras recetas tienen para sobrevivir dignamente la espera?
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