31 de octubre de 2012

¡De esos días... sí, de esos!

Hoy es uno de esos días que quisiera
tener piel ajena, o estar en otros zapatos.
Experimentar en otra cabeza la pena
que no se vive jamás en la propia.

Hoy es una de esas noches que vendría
muy bien tener cosas que no tengo.
La calidez de un abrazo, fuertemente
colgado del cuello y un beso.

Hoy es de esos momentos en que sé
que soy quien he sido y quien seré.

27 de octubre de 2012

Cartas de recomendación

Ayer recibí un correo electrónico de un ex-alumno mío. Igual que muchos antes, me pedía una carta de recomendación para la maestría o el doctorado. A diferencia de muchas otras ocasiones, dudé en escribirla. ¿Por qué no escribirle una carta de recomendación a este alumno?

Quizá es el hecho que lo conozco poco, pues sólo fue mi alumno durante un mes (un curso de verano). Aunque la cantidad de horas que los estudiantes y yo pasamos juntos en ese curso equivale al tiempo que transcurre en un trimestre cualquiera. Es decir, fue mi alumno cerca de 30 horas.

Es también posible que, debido a que participaba poco en clase, tenga yo menos que comentar en una carta. Pero he escrito cartas de recomendación a algunos alumnos que son tímidos y hablan poco en clase. Sin embargo, los alumnos a quienes les escribí dichas cartas escribían ensayos y composiciones que me hacían ver que su falta de participación oral era debido a la timidez. Este alumno tenía dificultades con el idioma, por lo que su escritura no era suficientemente clara... pero, eso no le resta inteligencia o capacidad. Sólo confirma que es un alumno no nacido en los Estados Unidos y que su capacidad escrita necesita mayor desarrollo.

Sé que mi alumno aprendió mucho en mi curso, que estaba interesado en las discusiones que teníamos y que puso mucho esfuerzo. Era notorio a pesar de que lo antes mencionado... y, no obstante todo lo anterior, cuando este muchacho me pide que le escriba una carta de recomendación para ir a la escuela de medicina me pregunto, ¿por qué una carta escrita por un instructor de literatura puede serle útil?

Me siento incómoda con mi duda. De hecho, le respondí que me gustaría saber por qué me pide a mí una de las cartas cuando sería mucho más conveniente que le escribieran los profesores de química, biología o matemáticas.

Lo peor de todo es que, para mis adentros, me pregunto si eso mismo sienten los cuatro profesores a quienes les pedí cartas de recomendación para encontrar empleo. Obviamente, todos ellos llevan varios años de conocerme, están enterados de mi trabajo académico (tanto en la enseñanza como en la investigación), pero me pregunto si sienten las mismas dudas.

22 de octubre de 2012

Material didáctico

La vida, creo yo, tiene que ver con hacer lo que uno desea desde lo más profundo de nuestro ser. ¿Qué es lo que yo siempre he querido hacer?

Primero que nada, quería ser madre. Desde niña disfrutaba enormemente pasar tiempo con niños pequeños. Recuerdo con gran cariño a la hija de nuestra vecina, en Aachen, que tendría casi dos años. Ese debe ser el primer momento en que supe que yo tendría que ser madre en algún momento.

Más o menos en esa misma época, yo soñaba con ser arquitecto. Esa es una larga historia que no terminó bien. Pero sigo usando mis aptitudes de concepción tridimensional para muchas cosas: hacer análisis geopolítico de la literatura que estudio, diseñar mis espacios vitales o navegar en la vida cotidiana.

Sin embargo, lo que me ha gustado siempre y no estaba del todo consciente de ello es enseñar y aprender. Anoche me pasé horas y horas planeando un curso de literatura ibérica, que contuviera textos escritos por mujeres, que mostrara la diversidad religiosa (las tres religiones mosáicas), cultural, política y lingüística (castellano, gallego, catalán/valenciano) de España. Sería maravilloso llegar a enseñar esa clase... y eso es lo que yo quisiera hacer para siempre, seguir sintiendo esta pasión por compartir con mis congéneres ideas, textos y sentimientos.

Y tú, que me estás leyendo en este momento, ¿qué es lo que más te gustaría estar haciendo?


20 de octubre de 2012

Los sueños de un académico

Louis Janmot, Poème de l'âme
Hace muchos años mi padre y yo hablábamos sobre los sueños, en ocasión de mi lectura de La interpretación de los sueños de Sigmund Freud. Él me comentó ese día que él no soñaba, a lo que yo le contesté que seguramente soñaba pero que no lo recordaba. Le expliqué lo que Freud decía sobre lo reprimido y lo dejé en eso. Unos días más tarde, mi padre me llamó por teléfono y me contó que recordaba haber tenido un sueño.

Yo suelo recordar los sueños, por lo menos por un rato. Luego se van desdibujando poco a poco de la memoria y, hacia el final del día, terminan desapareciendo totalmente. Aunque, últimamente, no quedan adheridos a mi piel por suficiente tiempo pues mi mente tiene que estar involucrada en otras cosas casi inmediatamente al despertar. Extrañamente hoy sucedió algo diferente: tuve una pesadilla y aún la recuerdo.

Estaba en un salón de clase, en algún lugar al que acababa de mudarme. Había tenido que guardar mi ropa (que llevaba en la cajuela de mi auto) en el clóset que estaba en el salón. Es decir, ese salón era como mi habitación también, pero no había los muebles habituales de un dormitorio sino bancas para los alumnos. Empecé a dar una clase, no puedo recordar si en inglés o en español (valga la aclaración, aunque yo creo que los sueños no son en un idioma en especial, sino están basados en conceptos). En eso, entró a mi salón mi asesora (aunque no se le parecía tanto) con su hija (será su hijastra, porque ella no tiene hijas) y me preguntó si entre mis cosas estaba el suéter de la niña. Pausé la clase un momento para buscar en mi cajón la mentada prenda y sí, ahí estaba.

Iba a seguir con la clase cuando entraron dos personas más al aula. Dos mujeres (que me recordaron a dos personas que trabajaban conmigo en el museo, hace unos años) que venían a ver qué pasaba con el viejo tocadiscos que estaba en ese cuarto. Tenía el cable cortado, dijeron, y debían llevárselo. De acuerdo, yo quería seguir dando mi clase. Que se lo llevaran y me dejaran con lo mío. Pero, al volver la cara hacia el pizarrón, me dí cuenta que en un rincón había una pareja con dos o tres niños (uno de ellos un bebé). Les pedí que salieran de allí, que estaba en la mitad de mi clase les dije. Pero él insistió que ese cuarto era un área común y que todos tenían derecho a estar allí...

y me desperté, angustiada. A mí me queda claro por qué soñé esto: la búsqueda laboral que sabemos todos nosotros que es difícil en una economía que no favorece la educación en las humanidades, la perspectiva de tener que mudarme a otro lugar, la ansiedad que me causa mi relación con mi asesora (a pesar de que sólo quería el suéter de la niña). Pero, me pregunto, mis compañeros que están en este mismo barco, ¿tendrán las mismas pesadillas?

16 de octubre de 2012

Solidaridad y búsqueda laboral

Hace un tiempo escribí sobre la situación laboral en la academia. Más o menos un año después me vuelvo a encontrar de frente a las listas de empleos. Esta vez incluso escribí los modelos de las cartas de solicitud. Es más, adapté la carta para un puesto en específico. Y ya la mandé...

Me siento inquieta ahora, sé que estas cosas tardan tiempo. Desde luego que me temo lo peor, pero una partecita de mi corazón desea que funcione. Lo mismo desean mis compañeros que también están listos para este proceso. Quieren encontrar un puesto de enseñanza y alcanzar sus sueños. No suena como algo difícil, pero con las condiciones económicas en este momento muchos de nosotros podríamos llegar a encontrarnos sin empleo muy próximamente.

Este proceso puede verse, como dice el dicho, como un vaso medio lleno o uno medio vacío. Todo es cuestión de perspectiva. Por una parte, es un aprendizaje importante hacer las cartas de solicitud, la recopilación de materiales de enseñanza utilizados en el pasado, las juntas con los profesores que pueden escribirle a uno cartas de recomendación. Y, en ese mismo orden de ideas, también se puede aprender a colaborar con los compañeros para revisarnos los materiales y darnos consejos, apoyarnos los unos a los otros. Sin embargo, por otra parte, es un proceso que causa sentimientos negativos. Hay pocos puestos y muchos candidatos, por los que la famosa solidaridad que me parece tan ideal queda en eso, un ideal. La competencia puede llegar a ser brutal, aunque las áreas de especialización de cada quien sean tan únicas.

Yo decido quedarme con lo positivo de esta experiencia: aprendo a ser una mejor persona, una mejor colega, una mejor académica si logro estar más allá de los celos y las envidias, los temores y las rencillas. Los resultados ya se sabrán... mientras tanto, aquí sigo.

12 de octubre de 2012

Una historia personal

Hoy no escribo sobre asuntos académicos que me preocupan, ni situaciones políticas que me rodean. Y, aunque Carol Hanish haya planteado que lo personal es político, en este caso es más bien un recuento de mis recuerdos.

Mañana se cumplen trece años de la muerte de mi padre. Digo, también se cumplen quinientos veinte años de la llegada de Colón y su tripulación a este continente, pero esa es otra historia que no nos ocupa hoy. En el momento que mi padre llegó al hospital sólo unos días antes de morir, tanto mi madre como yo sabíamos que las cosas no estaban bien. Evidentemente, porque mi padre llevaba muchos años sufriendo de Alzheimer's, su estado general era malo. El hecho es que tener esta demencia debida a un crecimiento proteínico en el cerebro también afecta el resto del cuerpo, no sólo la memoria como muchos piensan.

Así, cuando mi padre falleció, ciertamente fue un cierre casi gestáltico. Ese hombre cuya mente ya no estaba con nosotros terminaba de irse totalmente. Dejaba atrás a una viuda muy cansada por los últimos años de verlo deteriorarse cotidianamente,  dejaba a una hija que estaba en otro país, dejaba a una nieta a la que casi no conoció y me dejaba a mí (y al hijo que yo llevaba adentro en ese momento). Me queda claro que fue un momento de liberación extraño, pues mi madre y yo coincidimos inmediatamente en que era mejor que hubiera pasado. Mi padre no la estaba pasando bien.

A pesar de haber sido alguna forma de liberación de los males que él sufría, difícilmente pasa un día en que no piense en él. Mi padre era, ante todo, un hombre a quien le gustaba leer y pensar, era sociable y platicador, risueño e inteligente. Un melómano de corazón, con una fuerte preferencia por el jazz (el dixieland, específicamente) y la música "clásica". Un cinéfilo también, que disfrutaba de películas muy diversas: de Charlie Chaplin a Ingmar Bergman, Akira Kurosawa a Spike Lee. Pero, para mí que lo más notorio es que era un maestro, un educador.

Todos los días encuentro alguna cosa que me gustaría poder compartir con él, contarle de un libro que leí, una película que vi, discutir alguna idea que tuve. Si pudiera le preguntaría qué le parecen las oportunidades laborales que tengo, qué me recomendaría para escribir mi filosofía pedagógica de manera más contundente, qué opina de la situación de la educación superior en los Estados Unidos y en el mundo. Para mí, ese hombre que terminó de irse hace trece años, era alguien que me enseñó a pensar no sólo en mí sino en los que me rodean. Y sí... hoy lo sigo extrañando y lo seguiré extrañando hasta que yo pierda la capacidad de recordarlo.