La temporada de caza ha empezado: los tres listados con posiciones académicas están disponibles para todos los estudiantes doctorales que están a punto de terminar su disertación y para aquellos que ya terminaron pero que aún no habían conseguido un puesto. Las condiciones del mercado, como he comentado antes en otra entrada, no son las mejores. Por esto mismo hay quienes ya habían terminado su doctorado y mandado solicitudes de empleo a diversas instituciones pero no habían logrado ser contratados. ¿Qué es lo que sucede, por lo menos en los Estados Unidos?
En pocas palabras, el neoliberalismo ha llegado al límite y empieza la hecatombe. Las instituciones educativas (además de las instituciones de difusión cultural, entre otras) tienen que sostenerse a sí mismas porque el gobierno no considera prioritaria la educación superior (y tampoco la elemental, para qué hacerse ilusiones). El problema, como yo lo veo, es que las universidades están llenas de burócratas (empleados administrativos) que se hinchan como chinches o sanguijuelas con las enormes cantidades que los alumnos tienen que pagar como colegiaturas. Sin embargo, la planta lectiva (profesores y demás académicos) es cada vez menor y tiene mayor carga docente.
Los burócratas creen que la productividad en una universidad se mide en dólares, mientras que los idealistas como yo creemos que se mide a través del impacto generado en nuestros alumnos. Lo importante no es tener millones de alumnos en una sola aula, sino poder dar lugar a un diálogo que cambie en algo la percepción que esos alumnos tengan sobre el mundo (presente, pasado y futuro). Para tener acceso a esos miles de alumnos que requieren atención académica se requieren muchos profesores, no unos cuantos. Por ello el mercado laboral está contracturado.
Por otra parte, las instituciones académicas, que ahora están dirigidas por estos burócratas-sanguijuelas que no se llenan con nada, buscan quienes estén dispuestos a generar clases a distancia. Evidentemente los alumnos que quieren educación optarán por lo que se les ofrezca, pero en una clase a distancia se pierde algo esencial: el diálogo inmediato que se establece en un proceso de enseñanza-aprendizaje cara a cara. ¿Cómo puede enterarse un profesor que sus alumnos no están entendiendo lo que explica si no es a través de la expresión facial de quienes son los receptáculos no pasivos de esa información?
Esto me lleva al problema central, creo yo. Los administradores-chinches de las universidades esperan que nuestros alumnos sean receptáculos pasivos. ¿Acaso se aprende de manera pasiva? ¿Acaso no leyeron Paulo Freire? No, desde luego que no lo leyeron. La situación sería muy otra si hubiera sucedido. En fin, basta de diatriba académica. De todas formas no tengo escapatoria si quiero seguir haciendo investigación y compartiendo con mis alumnos (presentes y futuros) las cosas que más me interesan en la vida: la vida misma.
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