29 de febrero de 2012

Tiempo, periodo, momento

Tiempo, sustantivo masculino. Del latín, tempus. Según la Real Academia Española, es la "duración de las cosas sujetas a mudanza" o la "magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos, estableciendo un pasado, un presente y un futuro. Su unidad en el Sistema Internacional es el segundo". El tiempo, en otras palabras, es una convención para medir series de eventos. Por demás críptica idea que fascinó a Jorge Luis Borges, a Julio Verne y a muchos otros escritores.

En términos de nuestra finita y minúscula vida, es sólo un referente con dos manecillas. Lo que marca nuestro suceder cotidiano es ese movimiento constante que dividimos en segundos, minutos, horas, días, meses y años. Y así, controlamos o queremos controlar nuestro devenir. Dividimos nuestro de por sí convencional tiempo en periodos específicos: la primera infancia, la adolescencia, la madurez, la vejez. O en términos de escolaridad: la escuela primaria, la secundaria, la preparatoria, la licenciatura, el posgrado.

Es esta última periodización la que me mueve a escribir el día de hoy. Hace muchos años empecé un camino que, al principio, me llevó de la mano. Inicié la escuela primaria a los cinco años. No había duda que eso tenía que hacer. Y seguí la ruta trazada. El penúltimo año de la preparatoria tuve que decidir el área de concentración que tomaría. Esa fue la primera vez que tuve que abrir una puerta y cerrar otras. Y una cosa me fue llevando a otra...

Hasta hoy, que me queda clarísimo que esa ruta tiene un final y se está acercando. No, no me refiero a la muerte sino a la defensa de la tesis doctoral. En unos meses tendré ese documento terminado. Significa que nunca más seré alumna (porque no hay manera de que vuelva a iniciar este proceso, nunca más). Esto quiere decir que la periodización termina, para iniciar otro ciclo, el escalafón académico.

Así, llego a este momento preciso de mi vida. ¨"Momento, del latín, momentum. Porción de tiempo muy breve en relación con otra" dice la Real Academia. Pero también es una oportunidad u ocasión propicia. No sé propicia para qué, pero sólo queda vivirlo.

25 de febrero de 2012

La dieta académica

Sí, hablemos de peso. Hablemos hoy de cuánto pesa nuestro proceder académico. De cuánto nos pesa una carrera académica, o cuánto pesamos mientras estamos en este proceso. Pensemos en ello, qué cantidad de peso tenemos en nuestros hombros, en nuestro cuerpo, en nuestras mentes.

Es por demás lógico que estoy hablando de varios asuntos relacionados, cuando me refiero a peso. Por una parte tenemos el peso de ser académicos. ¿Qué significa esto? Me refiero a las responsabilidades que adquirimos no sólo con nuestros estudiantes, a los que vemos con frecuencia durante el curso y quizá menos cuando han dejado de ser alumnos en el aula, también me refiero a las obligaciones que tenemos ante la comunidad académica. Aunque pareciera una perogrullada, la manera en que ejercemos nuestra vida cotidiana (tanto dentro como fuera del salón de clases) tiene un importante peso en nuestra carrera académica.

En segundo lugar, me parece también una obviedad (sobre todo en el caso de quienes están en el proceso de doctorarse) que para llegar al punto de ser un académico uno debe soportar un enorme peso en los hombros. Aquí no me refiero a las obligaciones que tenemos con los demás, sino a la posibilidad de fallar ante nosotros mismos. En una institución universitaria como la mía, es prácticamente imposible reprobar un seminario siendo alumno de posgrado. Sin embargo, veo de manera cotidiana (y lo experimenté en carne propia, cuando aún tomaba seminarios) que la mayor presión es auto-ejercida.Claro que los profesores esperan que seamos buenos alumnos, pero muchas veces escuché a algún profesor decir que no hacía falta que nos presionáramos de esa forma.

Finalmente, lo más evidente. Muchos alumnos de posgrado aumentan de peso durante el proceso. Sí, esta vez me refiero al peso físico, a aumentar de talla, a mirar la balanza y pensar que algo malo está pasando. Subimos de peso no porque nuestro cerebro se ejercite y crezca, sino porque pasamos muchas horas sentados leyendo y escribiendo, tomando notas, haciendo ensayos, presentando en conferencias o en seminarios.

Entonces, la pregunta obvia sería ¿cuál es la dieta más adecuada para ser un buen académico? Mi experiencia me indica que lo mejor es un ambiente cálido y acogedor, en donde uno se sienta parte de un cuerpo colegiado, aceptado por los demás y aceptando a los que nos rodean. Si son alumnos, compañeros o profesores, da lo mismo. Todos requieren sentirse apreciados.

Otro elemento importante para una dieta académica sana es la colaboración. Ya he escrito al respecto antes. De nada sirve estar en una torre de marfil, pues la riqueza intelectual se desarrolla mucho mejor en el ejercicio de intercambio, en la discusión, en la inter-polinización. La soledad, como aprendiz o maestro en la academia, sólo lleva a una profunda tristeza. No podemos ser parte de nuestra sociedad si nos escondemos a la distancia.

Por último, no me queda más que recomendar un ejercicio sumamente productivo para quienes están en este camino. Hay que hacer lo que Einstein hacía con algunos amigos... salir a caminar con colegas siempre es saludable, por muchísimas razones.

14 de febrero de 2012

Liberando un poco de presión

Las mujeres somos particularmente sabias en algunos aspectos. Por ejemplo, sabemos que hablar de nuestros problemas no los resuelve pero ayuda a pensar en las soluciones o, por lo menos, dejar que los niveles de estrés bajen. En inglés le llaman "to vent". No me gusta la traducción literal del verbo, así que no llamo a esta acción "ventilar". Prefiero imaginar una olla de presión con la válvula sonando: ese sonido tan conocido en América Latina y desconocidísimo en los Estados Unidos (ya no usan ollas express, sino ollas de cocimiento lento), ese es el que imagino mientras escribo esta entrada en mi diario.


La verdad, no es que tenga muchísimo que hacer. Bueno, no más de lo normal. Sólo tengo que calificar exámenes parciales, tratar de avanzar en la revisión de mi primer capítulo, además de escribir una carta de recomendación para un ex-alumno. Eso es todo para hoy... y ni siquiera es que tenga que hacer todo eso ahora mismo.

No sé por qué me siento tan presionada. Imagino que será el cansancio acumulado, volver a comenzar a hacer ejercicio, enseñar una clase que no me emociona, qué sé yo. Quizá es que necesito unas vacaciones reales, en las que no haga nada... NADA... NADA. Claro, no me puedo imaginar tales vacaciones sino como un desastre espantoso, enloqueciendo de aburrimiento.

Bueno, ya está... ya lo dije. Ahora, a trabajar.

5 de febrero de 2012

Los errores del eco

Una de las costumbres más comunes en la academia es utilizar la investigación que nuestros predecesores han hecho, darla por válida (muchas veces sin revisar sus datos) y generar nuestras conclusiones a partir de ellas. Esta costumbre, por un lado, si la investigación en la que nos basamos es correcta, nos lleva a un avance vertigionoso en aquello que queremos probar en nuestra propia búsqueda académica. Sin embargo, en muchos casos incluso los investigadores más destacados hierran al confiarse demasiado en lo que otros han dicho. Así, se genera un fenómeno parecido al eco, esa repetición de un sonido que regresa a oídos del emisor.
Eco y Narciso de John W. Waterhouse.

El caso académico que me preocupa es de poca monta, pues no se trata de la vida o la muerte. No obstante, encuentro con mayor frecuencia que un número de investigadores repiten que un dato falso. Y, como es en la materia que me ocupa en mis estudios de posgrado, he decidido ponerlo por escrito aquí.

En algún momento durante el siglo XII se puso por escrito el poema caballeresco conocido como Fierabras. La versión más antigua que conocemos está en provenzal (siglo XIII), pero le siguen otras en francés medieval. Este poema, cercano en tema a la Chanson de Roland y parte del Codex Calixtinus que conocemos como Pseudo Turpin, fue sumamente popular durante la Edad Media.

Durante el siglo XV, al igual que otros relatos similares, Fierabras fue puesto en prosa como parte de colecciones de textos sobre Carlo Magno. Cerca de 1470, Jehan Bagnyon hizo una compilación que incluye el texto de marras precedido por la genealogía del emperador carolingio y seguido por los eventos (imaginarios también) de la peregrinación de Carlo Magno a Santiago de Compostela (que aparece en el Pseudo Turpin). Hasta allí todo va bien, todos los investigadores coinciden con esta información.

El texto de Bagnyon fue traducido al castellano por Nicolás de Piemonte (o Piamonte, como aparece nombrado a partir de la tercera o cuarta edición). La edición más antigua que se conoce hasta el momento data de 1521 y fue impresa por Cromberger en Sevilla. El ejemplar único que existe se encuentra en la biblioteca Morgan Pierpont en la ciudad de Nueva York. La segunda edición, también de Cromberger, es de 1525 y se encuentra en la Biblioteca Nacional en Madrid.

El problema surge cuando, debido al título que le dio Nicolás de Piemonte a este texto (Historia del emperador Carlo Magno y los doce pares de Francia) ha sido confundido con otro, diferente, llamado Historia del emperador Carlos Maynes y la emperatriz Sebilla. Este último fue impreso entre 1500 y 1503 por Pedro Hagenbach y la copia se encuentra en la Biblioteca de Cataluña. Antonio Palau y Dulcet fue el primero en confundir este último texto con el Fierabras castellano, en su Manual del librero hispano-americano.[1]

La British Library, en su Incunabula Short Title Catalogue (ISTC), sigue a Palau en el error pues usa a Haebler como autoridad. No obstante Konrad Haebler dice claramente, en su Bibliografía ibérica del siglo XV,[2] que Gallardo no menciona esta edición entre todos los incunables de la traducción castellana e incluso duda de la fecha atribuida por Hain, explícitamente aclarando que no puede llegar a ninguna conclusión pues no ha visto el libro. Hain, por su parte, sólo ofrece el título y la ubicación del incunable.[3]

José Ignacio Chicoy-Dagan ya ha explicado claramente que se trata de una historia diferente.[4] Incluso André de Mandach menciona en su La Geste de Fierabras: Le Jeu du réel et de l'invraisemblable, que "Palau a malheuresement cru que ce texte... représentait une première édition de la traduction de Piemont. En réalité il s'agit d'une legende de Charlemagne et de la reine Sebille."[5]

Es más, yo misma escribí al bibliotecario en la British Library haciendo la aclaración, pero no me tomó en cuenta. El hecho es que la información sobre la diferencia entre estos dos incunables se ha vuelto un problema de ecolalia académica. Lamentablemente, muchos repiten lo que dicen las "autoridades" sin tomarse el tiempo de verificar la información.

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[1] Palau y Dulcet, Antonio. Manual del librero hispano-americano. Bibliografía general española e hispano-americana desde la invención de la imprenta hasta nuestros tiempos, con el valor comerical de los impresos. 2nd ed. Vol. 3 Barcelona: A. Palau, 1948. Print. 168.
[2] Haebler, Konrad. Bibliografía ibérica del siglo XV. Enumeración de todos los libros impresos en España y Portugal hasta el año de 1500, con notas críticas. La Haya: M. Nijhoff, 1903. Print. 53.
[3] Hain, Ludwig. Repertorium bibliographicum, in quo libri omnes ab arte typographia inventa usque ad annum MD. typis expressi. Vol. I, 2nd part. Stuttgart: J. G. Cottae, 1827. Print. 47.
[4] Chicoy-Dagan, José Ignacio. "Una edición incunable desconocida de la Hystoria de la reyna Sebilla." Actas del cuarto Congreso Internacional de Hispanistas: celebrado en Salamanca, agosto de 1971. Ed. Eugenio de Bustos Tovar. Salamanca: Asociación Internacional de Hispanistas, 1982. 341-349. Print.
[5] de Mandach, André. Naissance et dévelopment de la chanson de geste en Europe. V: La Geste de Fierabras: le jeu du réel et de l'invraisemblable avec des textes inédits. Genève: Droz, 1987. Print. 178.