Con frecuencia he escuchado que las tardes de los domingos son adversas para el estado de ánimo. Al parecer, es uno de los momentos en que la gente se deprime o siente angustia, la semana comienza y hay que enfrentar nuevamente las responsabilidades. En general, a mí los domingos por la tarde me gustan. Será porque me gusta empezar una nueva semana, que es como una nueva página en blanco en un cuaderno lista para ser usada.
No es un cuaderno nuevo, porque esos nos tocan pocos en la vida (quizá al nacer, al entrar a la escuela primaria, al iniciar la universidad, al casarnos o divorciarnos). Los cuadernos nuevos son las oportunidades para cambiar totalmente el camino que elegimos y de esas hay pocas.
Sin embargo, hoy domingo me sentí tristona. No sé si es la luna llena, el final de las vacaciones de invierno, la clase que voy a dar (que contiene algunos materiales que me resultan dolorosos) o quizá simplemente la sensación de tristeza es cansancio. Te preguntarás, lector, ¿cuál cansancio si recién terminan las vacaciones de invierno? Y sí, tuve vacaciones pero, además de pasearme un poco (imagino que ya leíste esta entrada y esta otra que hice sobre DC) estuve haciendo investigación en Nueva York (que ya haré una entrada al respecto) y escribiendo la disertación.
Pero no todo es tristeza. Me gusta la idea de recomenzar otro trimestre, conocer nuevos alumnos, mejorar como instructora y, desde luego, seguir adelante con mi investigación. Además, el hecho que comience el trimestre implica que mis amigos y amigas de la Universidad ha vuelto de sus viajes y los podré ver de nuevo. Y pronto (no me quiero ni imaginar qué tan pronto es eso) terminaré de escribir la disertación, lo que abre un nuevo cuaderno para mí.
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