Sí, hablemos de peso. Hablemos hoy de cuánto pesa nuestro proceder académico. De cuánto nos pesa una carrera académica, o cuánto pesamos mientras estamos en este proceso. Pensemos en ello, qué cantidad de peso tenemos en nuestros hombros, en nuestro cuerpo, en nuestras mentes.
Es por demás lógico que estoy hablando de varios asuntos relacionados, cuando me refiero a peso. Por una parte tenemos el peso de ser académicos. ¿Qué significa esto? Me refiero a las responsabilidades que adquirimos no sólo con nuestros estudiantes, a los que vemos con frecuencia durante el curso y quizá menos cuando han dejado de ser alumnos en el aula, también me refiero a las obligaciones que tenemos ante la comunidad académica. Aunque pareciera una perogrullada, la manera en que ejercemos nuestra vida cotidiana (tanto dentro como fuera del salón de clases) tiene un importante peso en nuestra carrera académica.
En segundo lugar, me parece también una obviedad (sobre todo en el caso de quienes están en el proceso de doctorarse) que para llegar al punto de ser un académico uno debe soportar un enorme peso en los hombros. Aquí no me refiero a las obligaciones que tenemos con los demás, sino a la posibilidad de fallar ante nosotros mismos. En una institución universitaria como la mía, es prácticamente imposible reprobar un seminario siendo alumno de posgrado. Sin embargo, veo de manera cotidiana (y lo experimenté en carne propia, cuando aún tomaba seminarios) que la mayor presión es auto-ejercida.Claro que los profesores esperan que seamos buenos alumnos, pero muchas veces escuché a algún profesor decir que no hacía falta que nos presionáramos de esa forma.
Finalmente, lo más evidente. Muchos alumnos de posgrado aumentan de peso durante el proceso. Sí, esta vez me refiero al peso físico, a aumentar de talla, a mirar la balanza y pensar que algo malo está pasando. Subimos de peso no porque nuestro cerebro se ejercite y crezca, sino porque pasamos muchas horas sentados leyendo y escribiendo, tomando notas, haciendo ensayos, presentando en conferencias o en seminarios.
Entonces, la pregunta obvia sería ¿cuál es la dieta más adecuada para ser un buen académico? Mi experiencia me indica que lo mejor es un ambiente cálido y acogedor, en donde uno se sienta parte de un cuerpo colegiado, aceptado por los demás y aceptando a los que nos rodean. Si son alumnos, compañeros o profesores, da lo mismo. Todos requieren sentirse apreciados.
Otro elemento importante para una dieta académica sana es la colaboración. Ya he escrito al respecto antes. De nada sirve estar en una torre de marfil, pues la riqueza intelectual se desarrolla mucho mejor en el ejercicio de intercambio, en la discusión, en la inter-polinización. La soledad, como aprendiz o maestro en la academia, sólo lleva a una profunda tristeza. No podemos ser parte de nuestra sociedad si nos escondemos a la distancia.
Por último, no me queda más que recomendar un ejercicio sumamente productivo para quienes están en este camino. Hay que hacer lo que Einstein hacía con algunos amigos... salir a caminar con colegas siempre es saludable, por muchísimas razones.
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