Apenas hace unos meses (en junio para ser más precisa) falleció Ray Bradbury, escritor norteamericano archireconocido por sus muchos libros de cuentos y novelas. Para mí, Bradbury está asociado a varios recuerdos que he decidido compartir con ustedes. El primero de mis recuerdos es leer El hombre ilustrado (1951) y quedarme impresionada pensando en los tatuajes en movimiento, contando las historias que parecían manar de la boca de una moderna Sherezada. No releí jamás este libro, pero por alguna razón me queda muy claro que el hombre ilustrado y el otro hombre (el narrador) están en un páramo desértico. Quizá, incluso estén en el desierto durante la noche, durmiendo junto a una hoguera.
En segundo lugar, talvez cronológicamente subsecuente al anterior en mi memoria, debo haber leído Remedio para melancólicos (1960). Evidentemente no lo entendí del todo, porque en una re-lectura me quedó claro que el remedio estaba más allá de mi mente pre-adolescente, de mi primera vez leyendo el texto.
Luego puedo ver las Crónicas marcianas (1950) frente a mí. Teníamos en casa una edición de Minotauro, de tapa suave. Si bien no eran los primeros cuentos de ciencia ficción que yo leyera en mi vida, fueron importantes para la deformación de mi imaginación. El éxodo a otro planeta se volvió una fantasía alimentada por estos relatos.
También leí unas cuantas de las novelas de Bradbury, como buena fanática: El vino del estío (1957), La feria de las tinieblas (1962) y El árbol de las brujas (1972). Seguramente estos textos tendrán un sabor muy diferente si los leyera en este momento, pero las imágenes que me quedaron de aquella lectura de La feria y El árbol me hacen pensar en la estética de Tim Burton.
Otro recuerdo, que me sigue todavía en relación a Bradbury tiene que ver con otro escritor. Este otro autor es Gabriel García Márquez, que aún nos acompaña en este recorrido planetario aunque no en óptimas condiciones (como se supo en julio de este año). Nunca tuve el honor de conocer personalmente a Gabo (como le dice los que lo quieren), pero estuve en su casa porque algunos de mis amigos eran amigos de sus hijos. En una ocasión en particular, estábamos en la sala charlando y pedí permiso para curiosear en los libreros que cubrían por lo menos dos paredes completas de la habitación. Para mi sorpresa, había una colección casi completa de las ediciones en castellano de Bradbury.
Pero lo que más me marcó de Ray Bradbury es sin duda Fahrenheit 451 (1953). Desde la primera vez que leí esta novela me tocó muy profundamente, sin duda debido a su aguda descripción de una sociedad antiutópica en donde todo se resuelve con pastillas (como el Prozac ahora) y programas interactivos de televisión similares a los reality shows de la actualidad. Aunque lo que más me movió fue el grupo de la resistencia, que intentan a toda costa preservar los libros o, por lo menos, su contenido.
Ayer, conversando con un ex-alumno mío, me enteré que ahora algunas bibliotecas están quemando libros. No se trata de autos de fe como sucedió en la España de los Reyes Católicos en que se quemaban libros escritos en árabe o hebreo, sino de desechar algo que "ya no se usa" para suplirlo con textos digitalizados. Y si bien mi ex-alumno agregó, "no son novelas ni libros como los que nosotros leemos en literatura" yo me quedé pensando que Ray Bradbury era un visionario y que, por suerte, murió sin ver la quema de libros en las bibliotecas universitarias.
Si yo tuviera que "salvar" un libro... uno solo... ya no estoy segura cuál quisiera preservar para el futuro. Pero creo que Fahrenheit 451 tendría que ser salvado.
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